18 enero, 2010

EL LIBRERO PERDIDO



…el vigor del peregrino sólo admite plenitud de trayectorias.
Jorge Pech Casanova

Aún recuerdo el día que lo conocí, en una calurosa noche de abril mientras estudiaba en la facultad de Antropología, se acercó a nuestra mesa para conversar sobre los libros que lo apasionaban y su vocación de librero, pese a las adversidades y las escasas remuneraciones económicas que dejaba la Literatura para quienes vivían de promoverla, seguía ejerciendo su vocación. Su nombre, don Pepe Medina y librero por convicción, profesión que intercalaba con varios trabajos temporales para subsistir.



Nació el 8 julio del 1943 y ante el Registro Civil lo asentaron sus padres con el nombre de José de Jesús Herrera Medina, trotamundo sin más y con la peculiaridad de haber estado en los momentos históricos de Yucatán durante el auge de los movimientos sociales en 1970, haberse sentado a la mesa con los escritores de renombre de la época, haber regañado a los gobernantes en turno y con un libro de anécdotas siempre iniciado, pero que si no alcanzó a tocar el papel, se quedo grabado en todos quienes lo conocieron.

Era, fue y es un peregrino literario, inmerso en la búsqueda de ejemplares raros y libros imposibles de conseguir en las librerías de renombre, un hombre con contactos hasta los países más recónditos del mundo, quienes le enviaban volúmenes de poesía catalana, española, mexicana, yucateca y hasta en japonés. Exiliado en el Distrito Federal, repatriado por sus amigos y vuelto a lanzar por los caminos, mantenía contacto con todos los jóvenes en los cafés, en la Casa de Todos, donde ejerció un tiempo como saca borrachos, y adicto a la noche pese a sus 63 años de edad seguía implacable por las noches, impulsado por un insomnio frenético.

Estuvo cuando Ernesto Che Guevara a travesó Mérida clandestinamente y pernoctó a la espera de la Revolución. Estuvo hombro con hombro durante la euforia de los Sindicatos promovida por Efraín Calderón Lara. Siempre conservo sus historias en mi librero, aquel que ha comenzado a acumular muertos con el paso de los años, sin darle tiempo a la madera de esconderse en los tonos sepia del polvo.

Entre un centenar de anécdotas que escuchamos durante la madrugada, tal vez la más humana y la que recuerdo con más cariño, fue cuando nos encontramos en la Flor de Santiago con mi familia y tenías la barba de varios meses, mi hijo creyendo que eras Santa Clos se acercó a ti para darte la mano. Como siempre tu risa cálida, tu mirada desbordada por la alegría al escuchar su ocurrencia, lo sentaste junto a ti para escuchar su lista de regalos y acabar con un Feliz Navidad y un largo Jojojojo.

Algunos dicen que falleciste el pasado 10 de enero a causa de la diabetes, sin embargo, sé que usted debe hallarse recorriendo los confines de la ciudad, dando vueltas entre las tertulias de los cafés, y no es que haya muerto, sino sólo es un librero perdido que espera regresar a casa.

Como último adiós quiero leerte los versos de Elías Nandino titulado el Mundo y el Hombre:

Cuando naces,
nace el mundo.
Cuando mueres,
los dos perecen.

El tiempo que vives
el mundo dura
y los dos se apagan
en la misma tumba.

Hasta siempre don Pepe Medina, a usted que le apasionaban los libros y la literatura como forma de vida, a usted cuya risa estridente y andar por las calles sonámbulas ya formaban parte de la ciudad, no se preocupe por nosotros, sólo estaremos un rato más peregrinando por los días, pidiendo asilo a los años, y pronto nuestros caminos volverán a cruzarse.

Publicado en Por ESto! 13 de enero de 2010


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