07 enero, 2011

The Walking Dead: la humanidad al límite

A lo largo de la historia del cine del siglo XX y principios del XXI hubo una explosión de películas de terror centradas en la figura de los zombies como promotores del Apocalipsis, seres humanos mutados a consecuencia de un virus, un experimento militar fallido, proveniente de otro planeta, sea el origen que quiera, sólo una cosa es cierta: la humanidad es llevada hasta el extremo de su moral y ética para sobrevivir.

Iniciado el género con George Romero con La Noche de los Muertos Vivientes, permanecen algunas constantes en la labor de muchos guionistas y directores, como sería sintetizar la civilización en un grupo de sobrevivientes que representan puntos de vista divergentes sobre las decisiones que deben tomarse para seguir con vida así como el peligro que entraña no los zombies, sino los mismos seres humanos que anteponen sus intereses personal a los colectivos.

La serie de televisión está basada en el cómic mensual The Walking Dead, escrita por Robert Kirkman y dibujada por Tony Moore, donde se narra la desesperación de un grupo de seres humanos ante el inminente Apocalipsis zombi y sus esfuerzos por sobrevivir en un mundo donde las reglas sociales se han torcido tanto, que lo peor que puede pasarte no es ser devorado por los muertos vivientes, sino caer en garras de otras tribus de supervivientes.

Tal vez la televisión no ofrezca muchas opciones interesantes hoy en día, sin embargo la serie que reseñamos tiene una estructura demoledora en cuanto a percepción del mundo social. Las prioridades han cambiado, el agua, la gasolina y la alimentación continúan siendo vitales para los hombres, la diferencia estriba en que son canjeadas por cajas de herramientas, piezas de refacción para vehículos o armas.

En el contexto de la serie, las relaciones humanas son efímeras y las decisiones que deben tomar en caso que un ser amado sea infectado, devastadoras. Las nacientes tribus urbanas recorren el país en busca de alimento entre los escombros, debido a que no pueden asentarse lo suficiente en un lugar, por los constantes ataques de los muertos vivientes. En ellas, la religión se transforma en un verdadero acto de canibalismo, sin simbolismos y la justicia es aplicada cuando ésta no afecta la capacidad de poder de los sobrevivientes, porque se necesitan todas las manos posibles para enfrentar una horda de zombies.

Pese a las dudas que tenían muchos lectores del cómic sobre la calidad de la serie, a más de uno dejó boquiabierto, porque los efectos especiales, la narración visual y la estructura de las secuencias son endiabladamente buenas. Inicia con el alguacil de policía, Rick Grimes, despertando de un coma en un hospital, a consecuencia de un balazo que recibió en cumplimiento de su deber, leyendo las inscripciones de la pared (no la abras, la muerte esta detrás), sale dando traspiés para descubrir una pirámide de cadáveres en el segundo piso del nosocomio, un ejército de moscas sobre la ciudad, tanques y vehículos abandonados, y sin comprender lo que sucede, se dirige a su casa para descubrir que su esposa e hijo ya no están. Ahí empieza la odisea del protagonista, que junto con él, iremos descubriendo que le pasó al mundo.

Después de varias aventuras, encuentros y desencuentros con grupos de sobrevivientes, logra llegar al campamento de un antiguo compañero de la policía. El único defecto que señalaría sería la imitación, al igual que muchas historias sobre el Juicio Final, es la radio de emergencia anunciando un paraíso en una frontera lejana, el giro lo da la muerte de la esperanza y el descubrimiento de que la explicación de la plaga, es que no existe ninguna, (en homenaje a la primera película de Romero, donde la causa de la infección es desconocida, ya que podría ser un virus hasta una contaminación extraterrestre), y con ese descubrimiento la semana pasada concluyó la primera temporada de la serie.

La serie promete giros argumentales diferentes a los plasmados en el cómic, cuyas primeras muestras en los seis capítulos que abarcó la primera temporada dejaron gratas sorpresas para los seguidores del género.

Quienes no han tenido la oportunidad de verla, esta semana repetirán toda la saga y es una buena oportunidad para adentrarse en un proyecto que promete mucho, ya que la muerte siempre ha estado detrás de la puerta, ¿tendrás el valor de abrirla?

Publicado en Por Esto!

Raúl Renán: un combate a muerte contra el espacio en blanco

Existen momentos en que los recuerdos se agolpan como violetas obscuras sobre nuestro pecho, semillas de las que brota la nostalgia como remedio contra la desidia, y de ahí nace el asombro, ya que en literatura es la condición fundamental para atraparnos en lo que leemos, significa dejar atrás la monotonía y adentrarnos en un universo que dobla su estructura hasta que nuestra alma queda de cabeza, los sentidos destrozados y sólo queda la admiración ante un autor que sabe demoler nuestros cimientos, ese es el poeta yucateco Raúl Renán.

Tardíamente lo descubrí, lo admito, pero en parte tal vez fue lo mejor, porque después de leer Mi Nombre en Juego, honestamente me quedé atónito y con una sensación de imposibilidad para superar una estructura poética que se desdobla, se retrae y expande con la única finalidad de devorar el espacio en blanco, de romper los límites de nuestra lógica hasta que las palabras, como dicen sus poemas, sean accesibles a los lectores con vocación de fuego, aquellos que no tienen miedo a entrar de cabeza a la hoguera en que la palabra resucita con un nuevo significado.

Raúl Renán es un poeta exiliado que inició con un rechinar de dientes un universo poético que entiende mi orfandad, mis requiebros y que intuye las grietas por donde fluirá mi cólera. Con César Vallejo aprendí el compromiso del poeta con el mundo, de su incansable batalla para saludar al sufrimiento armado y Raúl continúa esa tradición de lucha desde la palabra y por la palabra.

Mi Nombre en Juego abre con un soneto que puede leerse en tres formas diferentes, son poemas trabajados para expandir el significado de cada verso, en los que la imaginación del lector será la guía y quedará a su elección cuál lectura elegirá. Existen cuadros e imágenes poéticas sobre momentos históricos, sobre autores perdidos en las venas del tiempo, pero el poema que capturó por completo mi atención está dedicado al Salmón, un poema que corre de abajo hacia arriba, representando la lucha por sortear los obstáculos que la vida pone frente a nosotros, un poema de una manufactura excelente y con una creatividad devastadora.

Hace poco conseguí en la feria del libro, en el Parque de las Américas, Cuadernos en Breve, de Raúl Renán (que el trabajo ha impedido que le hinque el diente), y Diálogos en Voz Baja, de José Francisco Conde Ortega, quien recopila las tertulias literarias, en las que la figura predominante es Raúl Renán. En ellas, nuestro yucateco es un hombre de libros y punto central en las reuniones de la colonia Roma.

Entre sus obras también destaca Emérita, poemas confeccionados sobre Yucatán cuya estructura juega con los símbolos locales, como la figura del henequén, de sucesos y emociones que despierta el terruño en la imaginación del exiliado, de quien ve la península como un espacio añorado, una amante ingrata que usa nuestros huesos para saciarse y después dejarnos a la deriva.

Mención aparte merece la labor que Raúl Renán hace como tallerista, porque muy pocos escritores tienen el don de enseñar sin contaminar la obra del escritor en ciernes con su propia voz. Tuve el privilegio que me revise unos textos pese a lo complicado de su agenda de trabajo, revisiones enfocadas a depurar el estilo poético, sin quitar contenido, sin ofender al autor, que en muchos talleres es práctica común primero destruir el espíritu de los jóvenes para después moldearlos a su imagen.

En este espacio quiero agradecer al destino literario por poner en mis manos los libros de un autor congruente entre su obra y vida, que enseña siempre con el ejemplo, modesto, sin falsas pretensiones ni deslumbrado por su fama.

Maestro Raúl, gracias por compartir esos combates contra el espacio en blanco que muchas veces llega a ser nuestra existencia y, sobre todo, por permitir que sus libros sean el oasis donde uno abreva en los momentos en que el desierto amenaza con borrar nuestra batalla contra la corriente.

Daniel y Ana: una propuesta vacía

Con la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana, el cine mexicano experimentó un posicionamiento inusual en las carteleras y atrajo la atención del público, sin embargo muchas de las propuestas materializadas en pantalla decepcionaron a los espectadores.

Pese al gran financiamiento que requieren las producciones mexicanas, muchos de los directores desaprovecharon la oportunidad que significó el interés por lo nacional que despertaron las celebraciones patrias, produjeron películas tan al vapor, que pareciera que sólo querían cobrar el financiamiento.

Salvo El Infierno y Abel, que recuerdo ahora, hubo muchas decepciones en cuanto a películas en el último trimestre de este 2010, como el caso de Daniel y Ana, dirigida por Michel Franco y con las actuaciones de Marimar Vega y Darío Yazbek Bernal.

Los cortos promocionales generaron una expectativa intensa, prometía una revisión psicológica de un hecho que cambió para siempre la vida de dos hermanos, obligados a sostener relaciones sexuales entre sí por una red de pornógrafos. Dejando el morbo de lado, prometía una revisión de las relaciones familiares, la coexistencia entre los involucrados y la forma en que resolverían ese hecho tan perverso, sin embargo nada de eso ocurrió.

Para comenzar, el cine mexicano parece empeñado en mostrarnos las tragedias de las familias con dinero, tal vez para demostrarnos que ser pobres es lo mejor que puede ocurrirnos, porque aunque la película no lo dice abiertamente, en las primeras tomas aparece la cochera de los hermanos Torres con cinco vehículos, uno para cada miembro de la familia y la camioneta familiar; aunado a lo anterior, van a vacacionar a su casa de verano con alberca, jacuzzi, cuartos más grandes que las casas de interés social y se dan el lujo de regalarle a su hijo un coche nuevo al cumplir la mayoría de edad.

Con esos detalles, es imposible que nos apropiemos de la tragedia de los protagonistas. Las actuaciones tampoco ayudan a la trama porque los secuestradores son más educados que el ciudadano promedio, detestan la violencia y para rematar permiten que los hermanos vean sus rostros, sin pensar que pueden demandarlos y dar su descripción a la policía.

En el caso de los protagonistas convencen a momentos y en otros se acartonan, resultado de la ausencia de una trama enfocada a desarrollar la psicología de los personajes y cómo les afectó el incesto. Durante los 40 minutos que siguen a su secuestro no pasa nada, sólo escenas en sus carros llorando, encerrados en sus cuartos sin decir nada, ausencia de diálogos, cuando el director debió abordar la falta de comunicación de padres a hijos, la ausencia de la cultura de la denuncia, la búsqueda de puentes de comunicación para superarlo, cómo afectó al hermano esa situación en sus relaciones de pareja, en fin, explotar la riqueza narrativa de su propuesta y vincularla al plano psicológico, emotivo y social.

Advertencia: si no la has visto no leas este párrafo. Ante la falta de desarrollo psicológico de los personajes, no entendemos por qué después de arrepentirse Daniel por equivocarse de camino y ocasionar que los secuestren, viole a su hermana en la siguiente escena. No hubo una explicación de los sentimientos culpa-amor familiar-deseo por su hermana, un debate interno a cuadro que justifique ese acto, tal vez si el director se hubiera enfocado en esa triada, el resultado sería diferente.

Aunque la fotografía, promocionales, cortes visuales, iluminación, tiempo de las escenas y el diseño son excelentes, por sí mismos no significan el éxito de la película, porque el director no aprovechó esa riqueza para fusionarla con su historia. Una metáfora rescatable sobre la falta de comunicación es el muro que divide el recibidor de la sala, donde los hermanos sólo escuchan la voz del padre sin verlo, pero nunca ahondan en eso.

Los realizadores aseguran que la intención no es el morbo ni la polémica, en lo primero lo dudo al poner el aviso basada en hechos reales, por lo segundo con ese final previsible no crearon un ápice de discusiones. Para cerrar hubiera tenido más valor si hubiera denunciado a la psicóloga que contó el caso, por violar la confidencialidad médico-paciente.
 
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