28 septiembre, 2011

Persistencia en el tiempo: Memorial poético

Por: Carlos Peniche Ponce


Vengo hoy a apoyarme en la nota/prólogo del prestigiado poeta y prosista yucateco Raúl Renán -por cierto, fraterno tutelar mío desde la niñez-, y a tener el honor de decir dos palabras apenas, con tal de proclamar emocionadamente el ímpetu de la poesía y la verdadera presencia de un poeta. Me refiero, desde luego, al libro de Rodrigo Ordóñez Sosa que el día de hoy nos convoca.
(Entre paréntesis, es bueno antes recordar que, en el mismo año aciago de 1974, el escritor y poeta chiapaneco Óscar Palacios -Premio Chiapas- tuvo el primer acercamiento poético al terrible asunto que magistralmente aborda hoy el poeta Ordóñez; sin olvidar, tampoco, la conocida novela Charras del afamado narrador yucateco Hernán Lara Zavala).
Este libro/poema, sabiamente denominado Persistencia en el tiempo, consiste en un tenso e intenso poema narrativo, evocador del bárbaro suceso que puso fin a la vida del líder universitario y abogado sindical Efraín Calderón Lara, el cual tuvo lugar en la Mérida de hace casi cuarenta años.
El hilo narrador del valioso texto marca, a través de sucesivas palpitaciones profundas del autor, la secuencia humana y espiritual, poéticamente apabullante, de aquellos infames acontecimientos. En un texto soberanamente elegíaco, el poeta proyecta a un punto la épica y la lírica, fundidas aquí ya para siempre.
El poema, prolijo y desenvuelto, se eleva gradualmente para arder como antorcha en cuatro cantos decisivos: El tiempo, la rebelión. Cárceles presentidas. El polvo, la espada. Y Efraín, el sueño. De este modo, los lectores avanzamos conceptualmente y melódicamente a la vez, gracias a la manifestación dolida e indignada del espíritu del poeta -expresada en sus diversas voces-, y en virtud de las imágenes poderosas e iluminadoras que consigue, así como por el ritmo y la sonoridad que exhibe su lenguaje. Escuchemos algunos muy encomiables versos de esta voz poética:
Son las ciudades del silencio que se disipan… Tus huesos son la primera piedra… ¿De dónde surge el muñón del odio que forja ciudades?... Correteo en una ciudad con filo de navaja... El poeta permanece en su esquina, quiere contar la métrica de una puñalada… Sólo nos queda el monte alejándose de la humareda… Llegamos a la cárcel/ con el verso en ristre… Cómo hablar del hombre, cuando venden sus brazos por un cigarro… alguien escribió que el poeta saluda/ al sufrimiento amado… un escupitajo para quitar el tiempo…
A veces, también, adopta la concepción de una Prosapoema. Por ejemplo, además de en otras páginas, en la número 22:
El carro se retuerce,/ bufa/ intenta tirar del volante,/ lo sujeto con ambas manos// el tiempo, arrojado desde la ladera,/ rueda hasta despeñarnos,/ empuja,/ golpea,/ sangro,/ somos cristal esparcido en la carretera.
¿Cómo, por qué golpeó el alma y la sensibilidad de Rodrigo Ordóñez este crimen desalmado, esta ejecución impía, sanguinaria? Por su condición ciudadana, pero, ante todo, debido a su condición inevitable de poeta. Por lo que significa la injusticia infamante que cae abrupta, siempre, contra las luchas sociales. Pero además, por la víctima individualizada, el mártir; por el imperdonable sacrificio del joven, valeroso y temerario dirigente, ejecución abyecta que horadó de dolor al poeta de hoy y que entonces aún no nacía… Aquí es donde prendió fuego el acontecimiento implacable sobre el trémulo corazón del niño/adolescente/joven Rodrigo, quien lo tuvo que transformar en poema, en poesía: sollozo ronco de duelo, de coraje, de ternura ante el luchador masacrado…
En este momento quiero opinar que la vanguardia a la que alude el maestro Raúl Renán -además del intercalado de los recortes de prensa, declaraciones y fotografías- no se refiere, en general, al más puro sentido del término; sino, particularmente, a una vanguardia revolucionaria debido al tema tratado, cantado y contado, ya que la metálica, templada poesía de nuestro autor recuerda los pasos del inmenso poeta salvadoreño Roque Dalton (asesinado, por cierto, a manos de sus compañeros revolucionarios), del notable nicaragüense Joaquín Pasos y de los integrantes del grupo mexicano “La espiga amotinada”, así como los ecos históricos del México de José Revueltas, el indeclinable novelista, y de los guerrilleros ajusticiados Lucio Cabañas y Genaro Vázquez Rojas.
¿Escuchas quebrarse mis dedos, Efraín ,/ mientras escribo tu nombre?... Para que la rabia muerda la lengua/ de los hombres…
Este libro es clara, rotunda poesía que transporta hacia viejos resquicios poéticos y de canto de otros tiempos, de luchas obreras y estudiantiles, y de gobiernos prepotentes. Y este linaje no tiene nada de malo, sino todo lo contrario.
Y me parece que podría, incluso, decirse que es poesía a destiempo. Pero este destiempo no significa que sea olvido, al contrario. La poesía (y los poetas, como Rodrigo) no olvidan; sacan a relucir historias que se quieren silenciar y olvidar, volverlas amnesia o sueño difuso, bruma.
Sin embargo, aquí está, estará siempre entre nosotros, la palabra poética para recrear la historia de nuevo. Se puede –se debe—impartir justicia con un poema. Y para eso sirve la literatura.

Publicado en el periódico Por Esto! el 27 de septiembre de 2011

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