03 octubre, 2012

El lenguaje del miedo

La posmodernidad cambió el rostro de la teoría moderna porque planteó una sociedad construida a la carta, en la cual los individuos tienen la opción de construir su personalidad con una amplia selección de ideologías, religiones, hábitos alimenticios, inserción a grupos sociales diversos, y un largo etcétera. Esa fase del individualismo, evidentemente, no supone un compromiso con las opciones de nuestra elección, al contrario, podemos renunciar a ellas y cambiar por completo nuestro discurso; lo anterior ocasionó una homologación del lenguaje, sin embargo, las fronteras lingüísticas, los localismos y las palabras que distinguen a una región, se perdieron como fuente de riqueza literaria.
Así, las novelas ya no reflejan el espíritu de una comunidad, sino pareciera que una obra literaria podría ocurrir en Buenos Aires, México o Colombia, sin que distingamos una ciudad de otra. Esa situación traería consigo una estandarización de las novelas producidas a finales del siglo XX y principios del XXI, situación que autores como Pablo Raphael en La fábrica del lenguaje S.A. postulan es ocasionada por el monopolio de las editoriales españolas en Latinoamérica, quienes han homologado el lenguaje como parte de un proyecto de estandarización de la lengua, con tintes comerciales, suponiendo que el lector carece de inteligencia para comprender la riqueza de la lengua.
Aunado a lo anterior, percibimos que el lenguaje tiene otro cambio radical en las categorías que emitía para ordenar el mundo. En primer lugar, van quedando atrás la función de dividirnos la realidad acorde a la división del trabajo, la colocación de nuestro rol en la sociedad y la dicotomía moral que ha caracterizado al español, para ceder un espacio importante a la incertidumbre y a la edificación de un cuerpo conceptual basado en el miedo.
En México, asolado por las sombras del narcotráfico y las ejecuciones que vulneran el derecho más elemental a la seguridad y la paz social, ha trastocado el universo cotidiano para demostrarnos nuevos patrones de conducta, palabras y literaturas marginales que, en conjunto, socavan nuestra ilusión de confianza en ese esperanzador mañana con que nos arropábamos todas las noches. La credibilidad de las instituciones policiales descansa pulverizada, principalmente por las implicaciones que tiene con los grupos criminales que gobiernan este país; ahora leemos que el Ejército está implicado en nexos con los cárteles de la droga, situación que aún deberá demostrarse.
Entonces, ¿quién resulta ganador en este debate sobre nuestra seguridad, cuando el Estado demuestra su incapacidad para garantizar la tranquilidad de sus ciudadanos? El mercado, indudablemente.
Esa incertidumbre permea en todos los ámbitos de lo cotidiano, alentado por las políticas del mercado que vislumbraron un terreno fértil para diversificar sus ganancias. Así, el lenguaje del miedo incluye palabras como blindado, seguros de vida, cercas electrificadas, cámaras de seguridad, empresas de vigilancia, rastreadores, alarmas, entre otros.
Como dijimos líneas arriba, el Estado subrogó esa obligación a las empresas particulares, permitiendo que el discurso de la inseguridad se convierta en la mejor forma de promocionar los artículos de defensa personal y terminar de demoler las paredes de la Esperanza, sembrando las raíces de la incertidumbre y la paranoia a niveles inconcebibles.
A la par, la literatura marginal, como las narconovelas, dan cuenta del nuevo modelo de lenguaje que opera en lo cotidiano. Las estrategias de defensa ante los tiroteos, programas especiales implementados en las escuelas, similares en Estados Unidos, ante un posible ataque nuclear, están retratados en los nuevos libros que abordan el tema del miedo.
Un fenómeno similar ocurre con los investigadores en el terreno del ensayo, en el cual vemos los estantes de las librerías abarrotados sobre los fenómenos de las ejecuciones, las biografías de los grandes cárteles del narcotráfico, de los capos, hipótesis que dan cuenta de los orígenes de los mismos; también, están esas historias paralelas, sobre el tráfico de seres humanos, la migración, la pornografía infantil, secuestros, extorsiones y amenazas, todo un universo de palabras que nos explica el origen del miedo, más no la forma de erradicarlo.
El lenguaje del miedo tiene raíces más profundas que las evidentes, en la modernidad soñábamos con un futuro prominente, en el progreso, en la razón como arma para cincelar un camino exitoso. Hoy, en la posmodernidad, el futuro dejó de contarse en años para instalarse en el presente, en ese placer mundano y fugaz, pero inaplazable, porque hemos descubierto que las grandes promesas de trabajo son humo y espejo y que la violencia carece de lógica.
El destino, ese plan trazado con antelación por las fuerzas divinas o nuestras manos, sólo lo podremos alcanzar, si nuestro chaleco antibalas tiene la resistencia marcada en la etiqueta.

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