26 septiembre, 2016

Criminal Minds: el intervencionismo como estructura narrativa

Cuidao en la frontera/cuidao donde sea/
que van complotando/los de la CIA
Mano Negra

Por: Rodrigo E. Ordóñez Sosa


Ante la creciente extinción de las grandes ideologías que alentaban el cambio social y las fuentes donde podían beberse ese ideal de combatir la injusticia, la televisión aprovechó ese vacío para ofrecer productos enfocados a crear una aceptación hacia la política de intervencionismo que puso en marcha Estados Unidos. Una muestra de lo anterior es la serie Criminal Minds: beyond borders, que involucra a una fuerza élite del FBI encargada de contrarrestar el sistema de justicia de cualquier país, imponiendo su ley sin importar los procedimientos legales imperantes de los lugares que visitan.

            Criminal Minds: beyond borders es una serie de corte policial americana que narra los casos resueltos por un equipo del FBI en suelo internacional. Con esa premisa simple, se configuran mensajes demoledores contra la cultura de las naciones que visitan los agentes encabezados por Jack Garrett (interpretado por el actor Gary Sinise).

            La estructura narrativa está compuesta de una serie de binomios simples que operan en el argumento de cada capítulo: correcto/incorrecto, bueno/malo, seguridad/inseguridad, entre otros, los cuales justifican veladamente la intervención de su fuerza policial en otros lugares. Inicia la trama con un crimen en suelo extranjero, en donde la policía local “muestra” su incapacidad para resolverlo, por tanto debe involucrarse el FBI, en todos los casos un ciudadano americano es asesinado por un local del país en turno (bueno/malo), presuponiendo que en Estados Unidos no ocurren esos crímenes (seguridad/inseguridad), además que las hipótesis de la justicia local están erróneas (correcto/incorrecto), por ello, deben recurrir a los conocimientos que traen los extranjeros. Así, no es de extrañarnos que la frase de apertura “más de 60 millones de americanos abandonan la seguridad de su territorio y el peligro los acosa”, revele la estructura de toda la serie.

            Para reforzar el argumento que la intervención es una medida eficaz para resolver los problemas que ocurren en el tercer mundo (México, Cuba, Tailandia, África o Corea). Por regla general, los crímenes son cometidos siguiendo rituales culturales del lugar, asociando valores negativos a los mismos; como en los casos ocurridos en África, que los criminales usan los ritos ancestrales para asesinar o cuando abordan el tráfico de órganos con fines rituales, decían que sólo escogieron a los americanos ya que los muertos resucitarían con características superiores (ojos azules o verdes), demeritando la características anatómicas de los pobladores.

            Una escena repetida es mostrar la fuerza política del FBI como medio para doblegar a los policías locales. De esa forma, se inicia con la discusión de Jack Garret con un renuente comandante a aceptar la inevitable imposición, que al final cede ante la intimidación física o la amenaza de la intervención de la embajada americana. Así, la frase más utilizada es que una negativa desembocará en una ruptura de las relaciones diplomáticas y la consecuente suspensión del respaldo de Estados Unidos. Invariablemente, esta intervención es justificada dándoles la razón a los americanos cuando resuelven el crimen y deja abierta la puerta a futuras “visitas”.

            Sin embargo, el último episodio transmitido versó sobre Cuba y se caracterizó por dejar de lado los mensajes velados. En ese capítulo configuran una imagen desvirtuada sobre la Revolución Cubana y, principalmente, sobre Ernesto “Che” Guevara, utilizando como fuente la diatriba disfrazada de argumentos del libro El carnicero de La Cabaña de Lucho Bugallo, quien arremete en contra de los ideales cubanos. Bajo esa premisa, exponen que la influencia de una ideología apartada del american way, es nociva para cualquier americano.

Inicia con una americana sometida sexualmente por otro americano, que detona una experiencia que la “enloquece”, como si esa fuera la única condición mental de quienes adoptan la filosofía del “Che” Guevara. Entonces, seguidora de esa corriente de pensamiento, la transforman en una asesina que sigue el derrotero de la Revolución Cubana, convirtiendo e igualando los hechos históricos a crímenes contra el pueblo cubano, evitando mencionar que el movimiento armado tuvo como motor liberarse de la dictadura de Fulgencio Batista. Como parte de este proceso de desvirtuar la realidad, los agentes del FBI acompañan las evidencias con epítetos contra el guerrillero argentino-cubano como “el matón de Castro” o “El carnicero”. Para reforzar este sesgo negativo, los asesinados eran americanos o cubanos simpatizantes de los Estados Unidos, cometidos por una ferviente guevarista, mientras que, lo más sorprendente, apenas y le dedicaron al abuso sexual un comentario: el autor fue encarcelado.


            Pese al tiempo transcurrido, la serie obedece a los principios que descubrieron Ariel Dorfman (argentino-chileno) y Armand Mattelart (belga) en su libro Para leer al Pato Donald en 1972, quienes demostraron que los productos Disney repartidos en Latinoamérica, principalmente las historietas, eran un medio propagandístico para enarbolar la supuesta supremacía de Estados Unidos. Cruzando sus fronteras, conciben al mundo habitado por bárbaros que necesitan la intervención y entrega de tecnología por parte de los extranjeros como medio para alcanzar la civilización, con el consecuente desprecio y caricaturizando la cultura y formas de vida de los países. Como vemos, pese al tiempo, los mismos prejuicios prevalecen. 

08 julio, 2014

True Detective: los pantanos del sueño americano


Por: Rodrigo E. Ordóñez Sosa

Sí el bien común tiene que inventar cuentos de hadas,
no es bueno para nadie”

Rustin Cohle
 

Con el pretexto de un asesinato con tintes religiosos, la serie televisiva True Detective inicia un recorrido hacia los rincones más sórdidos del sueño americano, compuesto por asentamientos urbanos donde predomina la pobreza, atando a ella problemas sociales como la prostitución, las drogas y religiones emergentes que desaparecen al llenarse los bolsillos de los predicadores. Ambientada con la oscuridad de las novelas policiacas norteamericanas, la trama girará en torno a un asesino en serie enterrado en las profundidades de una Luisiana en constante oxidación social.

            Alejada de las demás series policiales de moda donde la sociedad norteamericana es representada como un todo funcional donde el crimen es una anormalidad, True Detective retrata la ciudad como una compleja red de corrupción que inicia con las familias que detentan el poder político, judicial y religioso que voltea el rostro para permitir que proliferen los delitos. Semejante a la novela gráfica El Asesino del Torso, en estos asentamientos están diseminados burdeles que emplean adolescentes, bares y picaderos de drogas que infestan el contexto donde se mueven los detectives.

          Creada por Nic Pizzolatto, la narración inicia en 1995 con los detectives Martin Hart y Rustin "Rust" Cohle que descubren en la comunidad de Erath el cadáver de una mujer con una corona de cuernos y maniatada. Este viaje inicia a través del corazón de la ciudad, donde abundan comercios destruidos, corroídos por el polvo y el óxido, prostíbulos atestados, picaderos de drogas; también deberán desenredar los programas religiosos adosados a la educación privada, donde opera una amplia red de pederastas encubiertos desde la cima del poder local. Esta historia abarcará 17 años, divididos en ocho capítulos, donde paralelamente a la pesquisa policial, también mostrará cómo avanzó la pobreza año tras año.

 Además, la ciudad tiene la memoria fractura por los embates de tres huracanes que hizo que los archivos se perdieran en las grandes inundaciones, por esa razón, abundan las casas rodantes, vecindarios creciendo al azar, personas que aparecen y desaparecen de un día para otro. Aunado a lo anterior, esa dispersión ocasiona que los hijos huyan, sean secuestrados o queden a la deriva, perpetuando el ciclo de pobreza y muerte. Vemos como ellos se sujetan con uñas y dientes del último escalón del sistema económico con un sueño de prosperidad empantanado como el paisaje que los rodea. Las únicas vías posibles que tienen para ascender son el comercio de las drogas y la prostitución, con una lógica que recuerda las novelas naturistas de principios del siglo XX.

             Bordeando el maniqueísmo moral, la realidad será diseccionada a través de los recuerdos, sin archivos policiales por las inundaciones, los detectives deberán exponer nuevamente el caso 17 años después, donde la reflexión abrirá dos líneas temporales: el pasado y el presente; el primero sometido a una serie de justificaciones para salvarse de ir a la cárcel. Ante esa distancia temporal, ambos detectives, entrevistados por separado, cuestionan la creciente ola de crímenes y la pasividad del poder para frenarlos, sin embargo van más allá y presentan el florecimiento de las iglesias de carpa que recorrían los Estados Unidos ofreciendo su versión de la palabra divina (una mezcla de citas bíblicas y frases de superación personal). Esta nueva religiosidad que funcionó como paliativo para sobrellevar las carencias financieras, la cual en palabras de Cohle significa que las personas prefieren lanzar unas monedas al pozo de los deseos que procurarse una mala cena.

             Con estos elementos aparentemente periféricos que rodean la serie, el creador construye una visión desesperanzada de los Estados Unidos, donde los monstruos y las pesadillas deambulan con más frecuencia que las que admitiría una sociedad basada en un sistema social que simula ser perfecto. La conclusión que se desprende de esta serie, pese a que al final adoptaron el mensaje esperanzador televisivo, convirtiendo al cínico de Cohle en un optimista, el mensaje construido en segundo plano será que la herrumbre y la miseria que carcome el alma humana seguirán devorando los bordes de la vida, hasta convertirla tan sólo en un acto de venganza donde lo único que sobrevive es el círculo de la violencia.

29 septiembre, 2013

La eterna errancia desesperanzada del gaviero

Con la noticia de la muerte del escritor colombiano Alvaro Mutis recordé sus paisajes repletos de desesperanza, aquellas selvas donde debías desenterrar tu destino entre caminos polvorientos.
 
          En su narrativa la desesperanza es el resorte que dispara el puente que une las siete novelas que componen el mundo literario de Maqroll el Gaviero. Para el autor la desesperanza es la arquitectura que sostiene el alma del protagonista en su devenir existencial.
 
          Entonces, la desesperanza es un estado de ánimo que alcanzamos al comprender que somos parte de “esa dolorosa familia de los lúcidos que han desechado la acción, de los que, conociendo hasta sus más remotas y desastrosas consecuencias el resultado de intervenir en los hechos y pasiones de los hombres, se niegan a hacerlo, no se prestan al juego y dejan que el destino o como quiera llamársele, juegue a su antojo bajo el sol impecable o las estrelladas noches sin término de los trópicos”.
 
          Sin embargo, quienes han comprendido los axiomas de la desesperanza no permanecen pasivos ni renuncian a participar en la vida, sino que continúan charlando, amando, trabajando, porque ellos saben que apartarse de la existencia no evitará los hechos que darán cuenta de su vida. Unicamente con la participación lúcida en la vida, lograrán una sensación de existencia, que hará más ligero el transcurrir del tiempo sin “volarse los sesos concienzudamente”.
 
           En la literatura contemporánea, plantea Alvaro Mutis, los signos y elementos de la desesperanza están presentes en diferentes zonas y circunstancias. Aunque resume esta condición en cinco elementos indispensables: lucidez, incomunicabilidad, soledad, muerte y esperanza. Maqroll cumple con todas las características, cuya suma es el motor que mantiene errante su vida.
 
       La lucidez evitará que nos ilusionemos con las promesas falsas de la vida. Para Mutis la desesperanza y la lucidez están en una simbiosis que los complementa, “a mayor lucidez mayor desesperanza y a mayor desesperanza mayor posibilidad de ser lúcido. A reserva… de que esta lucidez no se aplique ingenuamente en provecho propio e inmediato, porque entonces se rompe la simbiosis, el hombre se engaña y se ilusiona, ‘espera’ algo, y es cuando comienza a andar un oscuro camino de sueños y miserias”.
 
        La incomunicabilidad es la segunda condición para quienes comprenden la naturaleza de la desesperanza, porque “…se intuye, se vive interiormente y se convierte en materia misma del ser, en sustancia que colora todas las manifestaciones, impulsos y actos de la persona, pero siempre será confundida por los otros con la indiferencia, la enajenación o la simple locura”. Esta incomunicabilidad impedirá que existan los confidentes así como nuestra pareja tampoco comprenderán nuestra imposibilidad de comunicar nuestra situación vital ni la necesidad de recorrer el mundo, sin establecernos en ninguna parte.
 
        Como consecuencia de la incomunicabilidad de la desesperanza, la soledad es la tercera característica del alma. Así, las mujeres y los amigos íntimos son encuentros intermitentes marcados por el azar más que una programación de los mismos, por ende, será una soledad que nace por la imposibilidad de los demás de seguir a quien vive sin esperanza.
 
       La muerte es otra condición para quienes conocen de cerca el desaliento, porque el desesperanzado es alguien que logró digerir estoicamente su muerte, es decir, de escoger y moldear su fin. Maqroll acomoda las piezas que el destino coloca en su camino para que a través de la lucidez enfrente su hora final.
 
        La última condición del desesperanzado, contrario a la connotación de la palabra, es no pelearse con la esperanza. No está reñido con ella, sino que es un breve entusiasmo por el goce inmediato de efímeras dichas. Sin embargo, debe entenderse que la esperanza es aceptada en forma parcial y es aceptada sólo en los más momentáneos límites de los sentidos y conquistas del alma.
     
      En su mundo literario existen personajes que deambulan en una suerte de conjuro por los rincones más apartados del globo terráqueo, para cumplir con su destino. Así, Maqroll recorre los lugares donde la desesperanza asentó sus reales, donde sólo los lúcidos atisban los signos escondidos en la monotonía de los días, ya sea en una fonda olvidada, un puerto del trópico o en los cuartos de hotel. En ese trópico latinoamericano tendrá su cuna la desesperanza, por la abundante vegetación descolorida, esquelética, en esos taciturnos ríos lodosos, en las nubes de mosquitos y pueblos devorados por el polvo y la carcoma.

      Finalmente, siempre creí que el cielo se ajusta al poema Caravansary de Alvaro Mutis, un punto donde convergemos sin importar condición social ni creencias religiosas, un centro donde una multitud de voces y leguas intercambian información así como dibujan en la aridez del paraíso un biombo para hacer más soportable la eternidad.

03 octubre, 2012

El lenguaje del miedo

La posmodernidad cambió el rostro de la teoría moderna porque planteó una sociedad construida a la carta, en la cual los individuos tienen la opción de construir su personalidad con una amplia selección de ideologías, religiones, hábitos alimenticios, inserción a grupos sociales diversos, y un largo etcétera. Esa fase del individualismo, evidentemente, no supone un compromiso con las opciones de nuestra elección, al contrario, podemos renunciar a ellas y cambiar por completo nuestro discurso; lo anterior ocasionó una homologación del lenguaje, sin embargo, las fronteras lingüísticas, los localismos y las palabras que distinguen a una región, se perdieron como fuente de riqueza literaria.
Así, las novelas ya no reflejan el espíritu de una comunidad, sino pareciera que una obra literaria podría ocurrir en Buenos Aires, México o Colombia, sin que distingamos una ciudad de otra. Esa situación traería consigo una estandarización de las novelas producidas a finales del siglo XX y principios del XXI, situación que autores como Pablo Raphael en La fábrica del lenguaje S.A. postulan es ocasionada por el monopolio de las editoriales españolas en Latinoamérica, quienes han homologado el lenguaje como parte de un proyecto de estandarización de la lengua, con tintes comerciales, suponiendo que el lector carece de inteligencia para comprender la riqueza de la lengua.
Aunado a lo anterior, percibimos que el lenguaje tiene otro cambio radical en las categorías que emitía para ordenar el mundo. En primer lugar, van quedando atrás la función de dividirnos la realidad acorde a la división del trabajo, la colocación de nuestro rol en la sociedad y la dicotomía moral que ha caracterizado al español, para ceder un espacio importante a la incertidumbre y a la edificación de un cuerpo conceptual basado en el miedo.
En México, asolado por las sombras del narcotráfico y las ejecuciones que vulneran el derecho más elemental a la seguridad y la paz social, ha trastocado el universo cotidiano para demostrarnos nuevos patrones de conducta, palabras y literaturas marginales que, en conjunto, socavan nuestra ilusión de confianza en ese esperanzador mañana con que nos arropábamos todas las noches. La credibilidad de las instituciones policiales descansa pulverizada, principalmente por las implicaciones que tiene con los grupos criminales que gobiernan este país; ahora leemos que el Ejército está implicado en nexos con los cárteles de la droga, situación que aún deberá demostrarse.
Entonces, ¿quién resulta ganador en este debate sobre nuestra seguridad, cuando el Estado demuestra su incapacidad para garantizar la tranquilidad de sus ciudadanos? El mercado, indudablemente.
Esa incertidumbre permea en todos los ámbitos de lo cotidiano, alentado por las políticas del mercado que vislumbraron un terreno fértil para diversificar sus ganancias. Así, el lenguaje del miedo incluye palabras como blindado, seguros de vida, cercas electrificadas, cámaras de seguridad, empresas de vigilancia, rastreadores, alarmas, entre otros.
Como dijimos líneas arriba, el Estado subrogó esa obligación a las empresas particulares, permitiendo que el discurso de la inseguridad se convierta en la mejor forma de promocionar los artículos de defensa personal y terminar de demoler las paredes de la Esperanza, sembrando las raíces de la incertidumbre y la paranoia a niveles inconcebibles.
A la par, la literatura marginal, como las narconovelas, dan cuenta del nuevo modelo de lenguaje que opera en lo cotidiano. Las estrategias de defensa ante los tiroteos, programas especiales implementados en las escuelas, similares en Estados Unidos, ante un posible ataque nuclear, están retratados en los nuevos libros que abordan el tema del miedo.
Un fenómeno similar ocurre con los investigadores en el terreno del ensayo, en el cual vemos los estantes de las librerías abarrotados sobre los fenómenos de las ejecuciones, las biografías de los grandes cárteles del narcotráfico, de los capos, hipótesis que dan cuenta de los orígenes de los mismos; también, están esas historias paralelas, sobre el tráfico de seres humanos, la migración, la pornografía infantil, secuestros, extorsiones y amenazas, todo un universo de palabras que nos explica el origen del miedo, más no la forma de erradicarlo.
El lenguaje del miedo tiene raíces más profundas que las evidentes, en la modernidad soñábamos con un futuro prominente, en el progreso, en la razón como arma para cincelar un camino exitoso. Hoy, en la posmodernidad, el futuro dejó de contarse en años para instalarse en el presente, en ese placer mundano y fugaz, pero inaplazable, porque hemos descubierto que las grandes promesas de trabajo son humo y espejo y que la violencia carece de lógica.
El destino, ese plan trazado con antelación por las fuerzas divinas o nuestras manos, sólo lo podremos alcanzar, si nuestro chaleco antibalas tiene la resistencia marcada en la etiqueta.

27 febrero, 2012

Presencia de Efraín Calderón Lara “El Charras”

Por: Manuel J. Tejada Loría

¿Escuchas quebrarse mis dedos, Efraín,
mientras escribo tu nombre?
Rodrigo Ordóñez Sosa


Esas otras realidades que suceden fuera de las imposiciones del marketing y el comercio. Esto es lo que ocurrió el martes 14 de febrero pasado, mientras los restaurantes y bares de la ciudad de Mérida eran saturados por ávidos comensales del sentimentalismo.
En Mérida también, pero hace 38 años, el 14 de febrero de 1974 Efraín Calderón Lara, por todos conocido como “El Charras”, fue brutalmente asesinado. El crimen sigue impune. En el marco de su aniversario luctuoso, Cristóbal León Campos, de la Red Literaria del Sureste, con apoyo de la Secretaría de la Cultura y las Artes, organizó un evento artístico-literario denominado “Testimonios, poesía, y música del movimiento obrero-estudiantil del 73-74”, con el objetivo de que esos años de terror en Yucatán no queden en el olvido.
Como parte del programa, Pedro Quijano, protagonista de aquellos años y amigo de Efraín Calderón, dio testimonio de los sucesos acontecidos los días previos y posteriores a la brutal ejecución. A la par de sus recuerdos se estuvieron proyectando documentos relativos al movimiento social, así como fotografías que mostraron el estado de sitio en la ciudad. En dicha proyección destacaron las portadas de la revista POR QUÉ?, del periodista Mario Menéndez Rodríguez, y su llamado a la sociedad yucateca para no mantenerse al margen de las injusticias.
La parte literaria del evento, realizado en la biblioteca “Manuel Cepeda Peraza”, estuvo conformada por una lectura de poemas pertenecientes al libro “Persistencia del tiempo”, del poeta Rodrigo Ordóñez Sosa. Sus versos, dedicados a la memoria de Efraín Calderón, fueron leídos por Rosely Quijano León, Francisco Puch Mis y Rodrigo Quijano Arjona.
Es importante señalar que este libro de Rodrigo Ordóñez Sosa es en sí una memoria poética e histórica en todo sentido, ya que va acompañada de citas, imágenes e incluso “pintas” que aparecieron en las paredes de Mérida durante las manifestaciones. El poeta nos permite del mismo modo escuchar la voz de un personaje olvidado en esta historia, la de Lupita Terrazas, pareja sentimental de “El Charras” al momento de su muerte. La cita que da pie a este texto corresponde precisamente a dicho capítulo.
Luego de la lectura inició un intercambio de comentarios entre el público asistente, incluso hubo testimonios espontáneos de quienes fueron parte del movimiento de esos años, entre ellos Lorenzo Salas y Raúl Guerrero. Otros, como José Juan Cervera o José Luis Domínguez Castro, abogaron para que se continúe de una manera más sistemática con la labor de recopilación de los documentos históricos emanados de este suceso.
Parte de la bibliografía existente sobre este movimiento y el asesinato de Efraín Calderón Lara, propiedad de Cristóbal León, pudo observarse en una exposición montada durante el evento.
Este es el tercer año consecutivo en que se lleva a cabo el homenaje al luchador social asesinado durante el gobierno de Carlos Loret de Mola, y me constan los esfuerzos emprendidos por Cristóbal para realizarlos desde mucho antes. Esperamos que las autoridades mantengan esta apertura de permitir que en espacios públicos se reflexione en torno a hechos que son parte ineludible de nuestra historia.

Addenda

El libro de Rodrigo Ordóñez Sosa, “Persistencia del tiempo”, editado por el Instituto de Cultura de Yucatán y CONACULTA, tiene un costo de cien pesos y puede conseguirse en la librería de la SECAY, en la 18 con 23 de la García Ginerés.

Publicado en el Periódico Por Esto!
 

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