29 septiembre, 2013

La eterna errancia desesperanzada del gaviero

Con la noticia de la muerte del escritor colombiano Alvaro Mutis recordé sus paisajes repletos de desesperanza, aquellas selvas donde debías desenterrar tu destino entre caminos polvorientos.
 
          En su narrativa la desesperanza es el resorte que dispara el puente que une las siete novelas que componen el mundo literario de Maqroll el Gaviero. Para el autor la desesperanza es la arquitectura que sostiene el alma del protagonista en su devenir existencial.
 
          Entonces, la desesperanza es un estado de ánimo que alcanzamos al comprender que somos parte de “esa dolorosa familia de los lúcidos que han desechado la acción, de los que, conociendo hasta sus más remotas y desastrosas consecuencias el resultado de intervenir en los hechos y pasiones de los hombres, se niegan a hacerlo, no se prestan al juego y dejan que el destino o como quiera llamársele, juegue a su antojo bajo el sol impecable o las estrelladas noches sin término de los trópicos”.
 
          Sin embargo, quienes han comprendido los axiomas de la desesperanza no permanecen pasivos ni renuncian a participar en la vida, sino que continúan charlando, amando, trabajando, porque ellos saben que apartarse de la existencia no evitará los hechos que darán cuenta de su vida. Unicamente con la participación lúcida en la vida, lograrán una sensación de existencia, que hará más ligero el transcurrir del tiempo sin “volarse los sesos concienzudamente”.
 
           En la literatura contemporánea, plantea Alvaro Mutis, los signos y elementos de la desesperanza están presentes en diferentes zonas y circunstancias. Aunque resume esta condición en cinco elementos indispensables: lucidez, incomunicabilidad, soledad, muerte y esperanza. Maqroll cumple con todas las características, cuya suma es el motor que mantiene errante su vida.
 
       La lucidez evitará que nos ilusionemos con las promesas falsas de la vida. Para Mutis la desesperanza y la lucidez están en una simbiosis que los complementa, “a mayor lucidez mayor desesperanza y a mayor desesperanza mayor posibilidad de ser lúcido. A reserva… de que esta lucidez no se aplique ingenuamente en provecho propio e inmediato, porque entonces se rompe la simbiosis, el hombre se engaña y se ilusiona, ‘espera’ algo, y es cuando comienza a andar un oscuro camino de sueños y miserias”.
 
        La incomunicabilidad es la segunda condición para quienes comprenden la naturaleza de la desesperanza, porque “…se intuye, se vive interiormente y se convierte en materia misma del ser, en sustancia que colora todas las manifestaciones, impulsos y actos de la persona, pero siempre será confundida por los otros con la indiferencia, la enajenación o la simple locura”. Esta incomunicabilidad impedirá que existan los confidentes así como nuestra pareja tampoco comprenderán nuestra imposibilidad de comunicar nuestra situación vital ni la necesidad de recorrer el mundo, sin establecernos en ninguna parte.
 
        Como consecuencia de la incomunicabilidad de la desesperanza, la soledad es la tercera característica del alma. Así, las mujeres y los amigos íntimos son encuentros intermitentes marcados por el azar más que una programación de los mismos, por ende, será una soledad que nace por la imposibilidad de los demás de seguir a quien vive sin esperanza.
 
       La muerte es otra condición para quienes conocen de cerca el desaliento, porque el desesperanzado es alguien que logró digerir estoicamente su muerte, es decir, de escoger y moldear su fin. Maqroll acomoda las piezas que el destino coloca en su camino para que a través de la lucidez enfrente su hora final.
 
        La última condición del desesperanzado, contrario a la connotación de la palabra, es no pelearse con la esperanza. No está reñido con ella, sino que es un breve entusiasmo por el goce inmediato de efímeras dichas. Sin embargo, debe entenderse que la esperanza es aceptada en forma parcial y es aceptada sólo en los más momentáneos límites de los sentidos y conquistas del alma.
     
      En su mundo literario existen personajes que deambulan en una suerte de conjuro por los rincones más apartados del globo terráqueo, para cumplir con su destino. Así, Maqroll recorre los lugares donde la desesperanza asentó sus reales, donde sólo los lúcidos atisban los signos escondidos en la monotonía de los días, ya sea en una fonda olvidada, un puerto del trópico o en los cuartos de hotel. En ese trópico latinoamericano tendrá su cuna la desesperanza, por la abundante vegetación descolorida, esquelética, en esos taciturnos ríos lodosos, en las nubes de mosquitos y pueblos devorados por el polvo y la carcoma.

      Finalmente, siempre creí que el cielo se ajusta al poema Caravansary de Alvaro Mutis, un punto donde convergemos sin importar condición social ni creencias religiosas, un centro donde una multitud de voces y leguas intercambian información así como dibujan en la aridez del paraíso un biombo para hacer más soportable la eternidad.

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