19 julio, 2009

LA PROVOCACIÓN DEL LECTOR A TRAVÉS DE LA MORAL


"...ese laberinto interminable de orgías y engaños"

Fray Servando Teresa de Mier y Noriega


Escribir significa comunicarnos con los posibles lectores, a través de una red de proposiciones y estrategias textuales que lo obliguen a caer en la trampa de su moralidad. Esta técnica la consolida Alberto Chimal en su novela corta Los Esclavos, en la que a través de la narración nos conduce al laberinto del prejuicio de las fantasías sexuales, y al descubrimiento, por parte del lector, de su propia morbosidad.


Los Esclavos narra la vida de dos parejas de amantes que viven situaciones de extrema sumisión y dominio, entregados a los excesos. Por un lado, la vida de cierta directora de cine pornográfico y una adolescente a la que obliga a satisfacer sus deseos, y a interpretar los papeles más degradantes en las películas que dirige y produce. Por otra parte, un joven millonario que somete a sus amantes hasta aniquilar su voluntad. Su última adquisición, un burócrata de edad madura obligado a existir bajo muy calculadas torturas, con un collar humillante y una cadena clavada a sus talones.


A fin de cumplir las fantasías eróticas de sus amos, los esclavos aceptan exigencias cada vez más radicales y sobrepasan los límites del sadomasoquismo para encontrar nuevas vetas de placer. Aunado al peligro de ser atrapados por la policía, las parejas combaten el tedio recrudeciendo las relaciones de poder entre amantes, afinando la degradación del otro para conservarlo a su lado. Es la radicalización de la situación que viven miles de parejas en su búsqueda por superar el hastío en sus relaciones, la lucha indiscriminada entre el hábito y la novedad.


En la primera mitad de la novela, observamos las fantasías ingenuas e infantiles que se esconden en un negocio tan plagado de trampas morales como lo es la pornografía. Un recorrido en el cual emitimos juicios de valor incesantemente y nos empantanamos con ideas preconcebidas sobre el sexo comercial y la corrupción, dejando escapar señales tenues, las cuales no permiten que veamos el desenlace de cada capítulo, hasta que el narrador nos regresa de golpe a la realidad.


El amor, entendido como la entrega sin miramientos al ser amado, es la premisa básica de la obra, que explora la dependencia e invalidez cuando amamos sin restricciones. El libro construye un universo donde nada es real, sino vagas ilusiones y sugerencias del autor; donde el lector es también un esclavo de la lectura, hasta el final, en la cual nuestro juicio es demolido en tres breves líneas al final de cada capítulo.


Alberto Chimal narra el amor desde su perspectiva más salvaje, utiliza el sadomasoquismo como metáfora para representar la crueldad que se esconde en la batalla entre los sentimientos y el placer, un juego de poder exhibido en cada capítulo que compone el libro. Derrumba en cada capítulo la noción de eternidad implícita en la palabra amor, poniendo en juego los prejuicios y la sensibilidad del lector, quien será el que al finalizar la lectura, juzgará cada acto y emitirá una sentencia para los personajes.


Al concluir el libro, debemos reestructurar nuestros sentimientos y la red de conceptos que conforman nuestra definición de moral, porque la sentencia que emitamos en torno a los personajes, a la larga dirá más de nosotros que del autor. Seremos quienes, inconscientemente, juzguemos al “Otro” en la batalla que libra por impedir que la costumbre y la rutina echen raíces en sus relaciones interpersonales.


La narración indaga sobre el amor y la posibilidad de encontrar al candidato ideal para cumplir una fantasía sexual. Así, el texto habla del placer irreflexivo, sin miramientos ni carga moral. En sus hojas no hay lugar para los prejuicios ni los indicadores de valor, toda la carga ética depende del lector, lo cual abre una multiplicidad de interpretaciones y juegos textuales, en las que las únicas víctimas somos quienes recorremos sus páginas.
Publicado en el Periódico Por Esto! el 17 de julio de 2009

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