27 junio, 2010

EL FINAL DE UNA ERA


Nunca he tenido padres, únicamente un puñado de libros que me sostienen a través de la mirada, que conforman mi columna vertebral con palabras, con vida y en constante asombro. Pareciera que la muerte es una estación de paso, un pequeño obstáculo que superar antes de estrellarnos de lleno con la nada.

Los grandes íconos de mi generación inician su descenso al reino del polvo y la niebla, revelándonos que hemos comenzado a morir lentamente junto con ellos, que ese aliento que mantuvo vivo a los combatientes en sus trincheras del siglo pasado están doblegándose ante el tiempo.

Con la muerte de Carlos Montemayor, José Saramago y Carlos Monsiváis asistimos a ese derrumbe. El año pasado nos dejaron el poeta malagueño Francisco González Pedraza, la poeta uruguaya Idea Vilariño, el escritor Mario Benedetti, el escritor de ciencia ficción J. G. Ballard, Mercedes Sosa, el periodista Baltasar Porcel, el escritor Jorge Enrique Adoum, el escritor y músico Jim Carrol, el escritor cubano Cintio Vitier, el antropólogo Claude Lévi-Strauss, entre muchos otros. Su desaparición significa el final de una etapa de combate a las grandes dictaduras, los guerrilleros, la Generación del Boom, del Medio Siglo y las ideologías que dividieron al mundo en dos bandos.

Considerado por Jorge Volpi como el último escritor latinoamericano, Roberto Bolaño también dejó su legado en la memoria de las jóvenes generaciones que necesitaban un ejemplo para romper la Literatura de los últimos años. Esta reestructuración del Siglo XXI apenas es una etapa de experimentación para continuar con el camino que nos legaron los grandes novelistas y poetas.

Un grupo de nuevos escritores luchan día con día para ocupar un puesto en los grandes vacíos que comienzan a avizorarse en el terreno. En todos los campos de la creación, el espectáculo y la música se ha iniciado el proceso de cerrar una etapa, dejándonos a la deriva y en manos de los sobrevivientes el reto de encontrar una nueva forma de expresarnos, de apropiarnos a través del lenguaje de una realidad violenta, apática y cínica.

Sin embargo, su legado no queda atrás e incinerados junto con el cuerpo de los escritores. Al contrario, es necesario releerlos, mirarlos nuevamente para evitar que sus detractores conviertan sus discursos literarios en fragmentos, frases sueltas fuera de contexto, como bien lo apuntó Milan Kundera, los grandes pensamientos son transformados en una síntesis, en imágenes para auto-engañarnos que conocemos su obra.

Que mejor forma de enterrar una obra literaria que explotando la pereza de muchos lectores. Un ejemplo importante de esa pulverización de los discursos es El Capital de Carlos Marx, la cual muchas editoriales vendieron, con notable éxito, versiones abreviadas, libros de citas, que muchos consumieron con voracidad para lanzarse a las calles diciendo que conocían el texto, cuando en realidad sólo sabían unas frases sueltas de un pensamiento complejo.

De antemano sé que esta advertencia no es necesaria para quienes ven la Literatura como una forma de entender la realidad, de recorrer los derroteros del alma, de sentirla como el mayor placer existente o como un escudo ante la incertidumbre del paso del tiempo. Talvez no conocí en persona a muchos de los escritores, pero muchas veces es mejor quererlos por su obra.

A todos mis muertos queridos que pueblan mi librero, que me han acompañado en las épocas de felicidad y desventura, a quienes con una frase exacta supieron evitar que el abismo nos devore irremediablemente, a todos ellos no les digo adiós, al contrario, seguiremos encontrándonos en las mesas de café, en las horas muertas, en los momentos más tristes, porque en ellos comprendo por qué los considero amigos verdaderos.

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