07 enero, 2011

Raúl Renán: un combate a muerte contra el espacio en blanco

Existen momentos en que los recuerdos se agolpan como violetas obscuras sobre nuestro pecho, semillas de las que brota la nostalgia como remedio contra la desidia, y de ahí nace el asombro, ya que en literatura es la condición fundamental para atraparnos en lo que leemos, significa dejar atrás la monotonía y adentrarnos en un universo que dobla su estructura hasta que nuestra alma queda de cabeza, los sentidos destrozados y sólo queda la admiración ante un autor que sabe demoler nuestros cimientos, ese es el poeta yucateco Raúl Renán.

Tardíamente lo descubrí, lo admito, pero en parte tal vez fue lo mejor, porque después de leer Mi Nombre en Juego, honestamente me quedé atónito y con una sensación de imposibilidad para superar una estructura poética que se desdobla, se retrae y expande con la única finalidad de devorar el espacio en blanco, de romper los límites de nuestra lógica hasta que las palabras, como dicen sus poemas, sean accesibles a los lectores con vocación de fuego, aquellos que no tienen miedo a entrar de cabeza a la hoguera en que la palabra resucita con un nuevo significado.

Raúl Renán es un poeta exiliado que inició con un rechinar de dientes un universo poético que entiende mi orfandad, mis requiebros y que intuye las grietas por donde fluirá mi cólera. Con César Vallejo aprendí el compromiso del poeta con el mundo, de su incansable batalla para saludar al sufrimiento armado y Raúl continúa esa tradición de lucha desde la palabra y por la palabra.

Mi Nombre en Juego abre con un soneto que puede leerse en tres formas diferentes, son poemas trabajados para expandir el significado de cada verso, en los que la imaginación del lector será la guía y quedará a su elección cuál lectura elegirá. Existen cuadros e imágenes poéticas sobre momentos históricos, sobre autores perdidos en las venas del tiempo, pero el poema que capturó por completo mi atención está dedicado al Salmón, un poema que corre de abajo hacia arriba, representando la lucha por sortear los obstáculos que la vida pone frente a nosotros, un poema de una manufactura excelente y con una creatividad devastadora.

Hace poco conseguí en la feria del libro, en el Parque de las Américas, Cuadernos en Breve, de Raúl Renán (que el trabajo ha impedido que le hinque el diente), y Diálogos en Voz Baja, de José Francisco Conde Ortega, quien recopila las tertulias literarias, en las que la figura predominante es Raúl Renán. En ellas, nuestro yucateco es un hombre de libros y punto central en las reuniones de la colonia Roma.

Entre sus obras también destaca Emérita, poemas confeccionados sobre Yucatán cuya estructura juega con los símbolos locales, como la figura del henequén, de sucesos y emociones que despierta el terruño en la imaginación del exiliado, de quien ve la península como un espacio añorado, una amante ingrata que usa nuestros huesos para saciarse y después dejarnos a la deriva.

Mención aparte merece la labor que Raúl Renán hace como tallerista, porque muy pocos escritores tienen el don de enseñar sin contaminar la obra del escritor en ciernes con su propia voz. Tuve el privilegio que me revise unos textos pese a lo complicado de su agenda de trabajo, revisiones enfocadas a depurar el estilo poético, sin quitar contenido, sin ofender al autor, que en muchos talleres es práctica común primero destruir el espíritu de los jóvenes para después moldearlos a su imagen.

En este espacio quiero agradecer al destino literario por poner en mis manos los libros de un autor congruente entre su obra y vida, que enseña siempre con el ejemplo, modesto, sin falsas pretensiones ni deslumbrado por su fama.

Maestro Raúl, gracias por compartir esos combates contra el espacio en blanco que muchas veces llega a ser nuestra existencia y, sobre todo, por permitir que sus libros sean el oasis donde uno abreva en los momentos en que el desierto amenaza con borrar nuestra batalla contra la corriente.

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