22 julio, 2011

Carta triste para Zací


Apreciada Zací: escribo sobre la mesa de mi cuarto, la tarde se desprende del café para mezclarse con el aroma a pasto recién cortado, y mientras el sol raya el barrio de Santa Lucía, cada destello descubre un rostro nuevo sobre la cúpula de su Iglesia, mueve los tres arcos que rodean su puerta hasta abrazarla puntual cuando la tarde muere entre las calles de la zona y se enciende el primer farol en el costado norte. ¿Don Luis Rosado Vega ronda estas ideas?
Ciudad Heroica que devino gavilán blanco, con perfil heráldico, custodias el secreto que guardan tus paredes, pero la noche puede tocar el sonsonete exacto para que tus piedras canten, murmuren y revivan todas las voces de los niños que han acariciado tus imponentes sueños. Los más afanosos recorren el suburbio con la mirada cansada, silban en el trayecto que los lleva a casa, dejan pruebas de su paso por Zací, intuyen que, sin importar los siglos que transcurran, las piedras resguardarán su voz de la seca previa; sólo los poetas vallisoletanos conocen la geografía de tu nostalgia, ciudad que desde mi ventana los veo sentarse en el parque de Santa Lucía, presentando sus palabras a tu voluntad de flama. ¿Habrá rincón de las alturas que no haya esbozado José Inés Novelo?
Los niños recorren el parque dejando filigranas del territorio infinito de su infancia: una piedra arrojada con descuido, sus huellas sobre los árboles y los juegos metálicos donde esconden sus sueños, sueños que sustentan el alma de la ciudad. Como nadie, tus piedras saben que mañana vendrán a acariciarlos, cuando, también, sus hijos alimenten con juegos y anhelos las noches serenas de un barrio cubierto de riqueza auténtica, que generaciones enteras batallan por mantenerla viva. ¿a quién pertenece esta idea que fluye en el aire vallisoletano?
Es tiempo de retirarnos de la mesa, tu silueta rodó hasta el fondo de mis ojos, impregnando con tu aroma cada recuerdo oculto, quisiera materializarte cuando esté en otras ciudades, en otras tierras, sólo puedo llevarme las artesanías que elaboraban los orfebres con los cristales de la añoranza. No quiero cargar en los bolsillos del pantalón la tierra que circunda tu geografía, sino atrapar en mis oídos las voces remotas y presentes que soportan tu estructura, cerrarlos para escuchar únicamente el sonido del aire al rozar tus edificios, sobre todo esa melodía que arrulla a tus habitantes cuando la noche se encuentra en la pausa más elevada.
Zací es imposible que tengas sabor a polvo, sino a maíz recién tostado que las manos hospitalarias de tus hombres y mujeres ofrecen al viajero que reconoce la grandeza de tus calles; y aunque todavía permanezco saboreando la nostalgia que despiden las tardes sobre Santa Lucía, no quiero abandonarte sin antes escribir esta carta, para que la ocultes entre tus piedras, para que cuando tus muros sean bañados por el aire, mi voz forme parte de tu herencia. Santa Lucía cierra los ojos al rocío, mientras sueña dentro de mí.
Publicado en el Periódico Por Esto!

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