13 marzo, 2009

Francisco Villa: una esquirla en la memoria colectiva


En una sociedad de mitologías rápidas, donde la fama dura quince minutos y se pierde en el alud de información que fluye en Internet, en una sociedad donde la interpretación es sometida a prueba en la descomunal cantidad de puntos de opiniones y conocimientos sobre un tema, aparece la obra titulada Pancho Villa. Una biografía narrativa, de Paco Ignacio Taibo II, para ofrecernos no sólo un método para bucear objetivamente en la realidad, sino para combatir la manipulación de las figuras históricas hecha por la ideología de Estado e impedir que olvidemos las deudas de la Revolución Mexicana con los desposeídos, con los de abajo.


El autor reanima la biografía como género literario, lo actualiza con las herramientas de la investigación periodística e histórica. La acumulación de fechas y hechos relevantes es dejada a un lado, usados sólo como recursos para ubicarnos en el tiempo y el espacio, nada más. Taibo reúne la información disponible, entrevista, coteja y va más allá, nos deja un recuento de los relatos encontrados para que saquemos conclusiones y apoyemos o refutemos sus resultados.


Con esa revitalización del género, narra la historia de Francisco Villa desentrañando la realidad en la multiplicidad de versiones sobre su nacimiento, sus padres y los motivos que lo llevaron a romper las leyes. Con ello, forja un relato que mira críticamente la mitología impuesta por el Estado y analiza por qué los héroes nacionales cambian con el paso del tiempo y de acuerdo a los partidos políticos que detenten el Poder. Alejado de los lugares comunes de las narraciones sobre Villa, el autor investiga los pormenores de cada uno de los sucesos que la institucionalización de la Revolución Mexicana utilizó para crear su “leyenda negra”, con honestidad literaria esclare hechos y reconoce sus excesos, cuando los hay.


En el transcurso del relato articula el programa social del villismo y aparta la imagen de Villa entregado a pasiones momentáneas e improvisación. Sin tener educación básica, se preocupó por construir escuelas, pagar mejor a los maestros; un abstemio que intentó erradicar el alcoholismo, porque sabía que era un mecanismo de control social; expropió los terrenos de las grandes, descomunales haciendas para entregarlas a los trabajadores; cobró impuestos a los extranjeros que usufructuaron la riqueza natural del país; y, como piedra angular, vigiló que los precios de los productos básicos sean accesibles para todos.


En su calidad de militar, destacó como un estratega que desconcertó al ejército federal acostumbrado a seguir esquemas. Villa utilizó la caballería, que mutaba a infantería, una artillería precisa, tiradores que combatían mano a mano, cambiaba los enfrentamientos directos a combate de guerrillas. Evoluciona a un general filántropo, que acababa con el enemigo sin dañar a la población civil.Aunado a ello, es un político fogueado, gracias a que desde 1910 lidió con el Gobierno de Estados Unidos, de Francisco I. Madero, de Victoriano Huerta, de Venustiano Carranza, con embajadores, gobernadores, secretarios de diferentes niveles. Como sintetizó acertadamente el autor Villa pensaba en diferentes niveles, porque militar y socialmente la División del Norte, sus Dorados, combatían para impactar en el ámbito político, para obtener una respuesta política, en vez de armada.


Francisco Villa es una multitud de historias. Un hecho es narrado hasta por testigos que no estuvieron en el lugar. Ese deseo de defender o criticar hizo que la verdad sea fragmentada en infinidad de esquirlas incrustadas en la memoria colectiva. Esa necesidad de fugarse que aprendió Villa en su vida de bandolero, le permitió escapar del sistema y la institucionalización de la gesta armada. Porque pese al decreto emitido por Luis Echeverría el 18 de noviembre de 1976 de trasladar sus restos al Monumento de la Revolución, en la tumba 632 de Parral, en realidad se llevaron los huesos de una mujer, porque sus amigos querían evitar que profanaran nuevamente su cadáver y lo exhumaron, para enterrarlo en la tumba número 10 a 120 metros de donde estuvo originalmente. Todas las versiones están ahí, para que el lector reconstruya a Francisco Villa a su antojo.
Publicado en Por Esto! 13 de marzo de 2009

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